jueves, 2 de julio de 2009

Vals de vientre

Hoy fue un día agitado en el trabajo. Hubo muchos clientes que acuden a preguntar por precios especiales para grupos. No soy una persona imposible pero debo reconocer que si algo me agrada de mi trabajo, aunque muchos piensen que me equivoco y que ese error es el responsable de mi situación actual, es la tranquilidad y el poco contacto que tengo con la gente. Como dije prefiero estar solo y no me incomoda mi soledad. A veces surgen momentos maravillosos con las personas. Recuerdo una mujer que conocí en un bar de la avenida Lázaro Cárdenas. Una muchacha delgada con un cuerpo de esos modernos aerodinámicos. Me gustó su mirada directa que no paraba de hacerme señalamientos para que cruzará el camino. Fui con el único amigo que tengo ya que siempre me está invitando a salir a pesar de que me corto con él.

Una hora atrás él había despegado en la pista. Yo la veía y me volteaba a otro lado para no perder los demás caminos. Pasó como media hora sin darme cuenta. Me había quedado absorto observando el baile de las mujeres. Esa violencia del vientre encendió mis ganas de arremeter el acelerador y quemar gasolina, según escuché por ahí. Al voltear observe a un mesero que limpiaba la mesa y un gran letrero de CAMINO CERRADO. Una vez más mi indecisión me había jugado una mala pasada frustrando mis deseos. Ya estaban mis pensamientos dispuestos a bailar una danza fúnebre, cuando vi el vestido color azul metálico entallado que hacía gritar a su cuerpo. Y ya no pude taparme los poros. Decidí levantarme de la mesa y mantener fija la mirada en su rostro hasta hacerla voltear. Ya más cerca me quede mirándole los labios carnosos como dos gajos de mandarina y le dije.

Me gustas porque no bailas. A mí tampoco me gusta bailar. Vine a acompañar a un amigo. Ese que está ahí cerca de la barra.

A mí- me dice mientras me lanza su cuerpo hacia adelante y me mira a los ojos, claro que me gusta bailar. Me quede desconcertado y boquicerrado. Miré el retrovisor y cuando iba a meter reversa me tomó de la mano y nos precipitamos en la pista. Todo fue tan natural, como si ya nos conociéramos. Como si ella supiera que la deseaba exactamente como ella quería ser deseada. En los momentos de mayor alboroto roce mi barbilla con su oreja y le pude decir que me atraía su pelo y su cuerpo de antro en barra libre. Bailamos y me olvidé de mi miserable vida, de mis pensamientos absurdos y de la espera diaria.

Sentí como su cuerpo respondía a mis lances de vientre, a mis manos que se agitaban por el aire, a mis pies, y yo trataba de seguir su ritmo. En esa oscuridad salpicada de luces de colores nos fundimos en un solo cuerpo que bailaba y no sentíamos el tiempo. El baile, la borrachera y nuestros deseos afilados duraron hasta que empezaron a bajar el volumen de la música y las parejas se iban dispersando hacia la salida o las mesas.

Extrañamente en lo primero que pensé fueron en las macetas secas que están en las escaleras del departamento. De mi amigo ni me acordaba. Después me platicó que había andando en plan de gringo en Cancún y que me había tratado de hablar pero que sintió que su ausencia no era algo que yo notaría. Y tenía razón.

Ella fue al baño mientras yo la esperaba en su mesa. Para ese momento el lugar estaba casi vacío. Uno de seguridad se me acercó y me pidió que saliera. A pesar de mis esfuerzos por tratar de explicarle que estaba esperando, insistió en que abandonará el lugar. Salí casi a empujones y molesto aunque me sentía tranquilizado al pensar que ella saldría al no encontrarme en la mesa. Estuve esperando como 10 minutos hasta que ella salió y me dijo que la había pasado muy bien y que a ver cuándo nos encontrábamos de nuevo. Correspondí con el mismo entusiasmo, le ofrecí llevarla a su casa, pero me dijo que se había encontrado una amiga que vivía cerca de su casa. Nos despedimos y regresé al departamento con el marcador de combustible en ceros y un mensaje en la pantalla que decía vuelva pronto.

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