Entonces dices que te metiste a la cama cuando él ya estaba dentro.Has de haber estado muy nerviosa cuando ella comenzó a tocarlos a los dos.Más si dices que nunca habías sentido algo así.Agrégale que ella tuvo primero a tu marido. Sus abrazos, sus besos, sus palabras al pie de la cama ya no se les olvidan.
Entiendo por qué la invitaste a tu casa. Hasta creo que la admirabas y la querías. No somos muchas las que piensan como tú. Pero aún así has de haber sentido mucho miedo de perder a tu esposo. Te portaste muy valiente. Así como dices que venía ya era una desconocida también para él. Con toda razón estaba nervioso cuando te escuchó platicar con ella; si ya desde el día anterior sintió que lo tocaba. Al verte tan resuelta a esperarla yo creo que recordó la seguridad que ella le daba y hasta a lo mejor ya empezaba a olvidarla o a temerla.
Aunque después hayas tenido que beber tragos de la botella que estaba encima de tu ropero para recuperar la cordura cumpliste al recibirla en tu lecho. Te atreviste a palpar sus venas endurecidas. Tocaste su cuerpo frío. Y puede ser que no necesitara pedirte nada como lo escuchaste de sus labios morados porque su caricia ya se había helado. Ahora había que llenar su vacío con las palabras. Tú hablabas por ella Su voz ya no se escuchaba y su presencia ya no consolaba. Aunque anhelaba el calor de tu sangre y la carne que se pega a tus huesos, se resignó. Había llegado a la cita como habían acordado días antes. No la pudiste ver porque estuviste cuidando a tus hijos.No sé si ella no sabía que estaba muerta porque la mirabas con los ojos con los que la viste la última vez. No sé si tú pudiste sentir su cuerpo frío trepando sobre ustedes porque tú eras la que había muerto.
Por ahí de los 20 siempre di la impresión de ser un pesimista, un loco que decía cosas fuera de lugar, que carecía de amor propio o miedo al ridículo, casi siempre cómicas ,y por lo mismo inofensivo, o esa era la imagen que percibía de mi mismo y nunca había leído a ninguno de los pesimistas.
Tenía el valor para hacer de mi vida lo que quería;puse a mi deseo a levantarle las faldas a mi vida. Despotricaba sentencias babeantes aguijoneadas por mis frustraciones juveniles contra cualquier muro: la familia, las relaciones de manita cocidas al bolsillo (no se crea que los traseros, obvio), la sobriedad y todo lo que oliera copal.
De mujeres, tenía como un chofer de pesero tiene monedas de a peso. La comparación viene muy bien, ya que yo no di más de un peso por una de ellas. Tuve a la chica que todos querían tener y eso lleno de orgullo mi sangre y tanate macha a lo Nietzche.Subió mi ego masculino. Fui el centro de la atención en mi mundito y no me importaba si lo demás me veían como yo me veía.
Pensaba que tenía todo: tenía viejas que otros querían tener, tenía cosas que otros querían tener, parecía cómo otros querían parecer. En mi mundo de alambradas era feliz. Y creía que eso era la felicidad. Y cuanta razón tenía. No importa dónde se esté uno siempre necesita de esas cosas, es lo que lo hace a uno sentirse vivo.A la verga el amor al prójimo. Uno siempre puede encontrar una cloaca donde tirar mierda. Un estanque donde croar, montar ranas y tragar insectos.
Si algunos confían que su filosofía les levantará la cara cuando se les aflojen los músculos del cuello se engañan.La filosofía no quiere envejecer pero el cuerpo nunca deja de morir.Confiar sólo en el cuerpo siempre resulta arriesgado.
Yo por eso experimento cierta frustración al ver triunfar a mis compañeros de escuela que fueron menos necios que yo y no se fiaron del cuento cristiano de la pobreza o del artista romántico que vive intensamente olvidado de los coches, de los buenos vestidos y todo aquello que puede traernos la compañía de una mujer cuando ya nos empiecen a rondar las moscas.Si una ventaja tengo sobre ellos es que nada de hijos, ni de reproches, ni peleas por dinero, ni los asquerosos celos. Una de las cosas que más me consuela yllena de satisfacción es enterarme que un hijo ha golpeado a su padre.
Y lo más excitante de todo eso era que a pesar de vivir de humillar a los demás, de necesitar el espejo de sus miedos y sus inseguridades yo era tan buen actor que fingía que no me importaban sus opiniones.Construí un mito alrededor de mi persona. Me hice duro e insensible.Alardeaba enfrente de las mujeres, sabía cómo despertar su vanidad, en mi estanque yo sabía como mantenerme a flote. Conocía el arte de bolear mi vida.
A la vista de ellos yo había viajado por el mundo, a mí nadie podía contarme alguna novedad, cualquier nueva ya se había vuelto amarillenta. Yo para ellos ya había vivido todo lo que ellos querían vivir.Todos los excesos posibles, con el velocímetro retacado de kilómetros de parrandas y alucines.Yo llegaba para hacer realidad sus sueños. Con esa fuerza y seguridad me plantaba ante el mundo.Con mis viajes llenos de obstáculos y soledades a las espaldas se los desparrame como un Santa Claus lo haría con unos niños.Me sentía y los demás me veían como el héroe de la película.
Era capaz de imponer mi voluntad, de llenar una plaza con mi ego, de decir cosas que no entendía pero que cerraban la boca a unos cuantos despistados. Yo estaba seguro que así era como los demás me veían; al menos me trataban como yo quería ser tratado.¿En qué momento se fue todo al carajo?
Desde que tatué el cuerpo femenino con la palabra perra me prometí no regar una sola lágrima por ellas. Me propuse conquistar al máximo número posible y luego abandonarlas como se tira la colilla de un cigarro que se fuma distraídamente.
Como no tenía experiencia en estas cosas tuve muchos problemas al principio. Me embrollaba en relaciones en las que no quería participar y que terminaba abandonando a veces cínica otras fingidamente.Nunca sentí ningún apego por ninguna. Es la parte de mi vida de la que me siento más orgulloso; nunca sentí celos, a ninguna de las mujeres que se fueron al tiradero del olvido les mostré un signo de debilidad. Las miraba de reojo con el futuro abierto en el horizonte como una vagina matutina recién salida del baño.Me depilaba de sus vidas con rastrillo, rápido y sin sentir ningún dolor, dejando las raíces de mi indiferencia que luego crecían transformadas en rencores que avivaban mis uñas de cazador.
Qué placer me daba verlas intentar retenerme. Inseminarse con fantasías un chamaco que me obligara a entregarles mis quincenas.Nada me la ponía más dura que verlas en celos cuando yo estaba a punto de montar a otra. No hay mejor afrodisiaco que la humillación.
No soy de los que se enfrían el pito con el agua bendita y se quitan el anillo para revolcarse en el lodo.¡Hipócritas! Tampoco me importa que las mujeres sean humilladas de esa forma. Me atengo a esa sabia frase que dice “detrás de un matrimonio exitoso siempre hay un séquito de putas”.
Bájale a esa pinche música.Puras mariguanadas.Trabajar es lo que deberían de hacer esos vagos. Que le bajes a tu ruido cabrón. O lárgate allá al rincón. No me dejas escuchar que ya van a agarrar al Mendieta por ratero.
Escucha de parabólicas orejas sintoniza hasta el último de tus cabellos y erizo del pensamiento apaga el día a día y su marcha de desfile estàtica. Desnúdate de uniformes y de himnos, acompaña el canto de este poeta insomne.