sábado, 27 de junio de 2009

Pesadilla

I.
Sé que he estado encerrado en mi casa por mucho tiempo. Voy todos los días al trabajo. Ahí hablo poco con los demás. Trabajo y regresó a casa. Una amiga me telefonea y acordamos vernos en el centro. Ella viene en su coche y después de pasear sin rumbo vamos a su casa. Imagino su cuarto como una cueva. Su forma de ser extrovertida y hasta cínica me hace pensar que casi vive sola. Entramos a su casa y nos dirigimos directamente a su cuarto. Una niña pequeña que hace bromas todo el tiempo nos acompaña. El cuarto es pequeño. Una cama y un closet. Yo siento que estoy invadiendo y le digo que salgamos. En el camino a la salida nos topamos con su padre que apenas la mira. Va vestido como de narco. Lleva puesto una camisa de seda color negra con flamas azules que forman un gallo, pantalón también negro. Apenas nos saluda vuelve la vista a los documentos que están sobre la mesa. Ella está más entusiasmada por llegar nuevamente a su coche.


miércoles, 24 de junio de 2009

Pacto


Vivo solo. Casi siempre como en lugares de comida rápida. He encontrado una en 20 de noviembre. Es una casa del centro de esas que tienen un patio grande con una fuente y galerías que conectan las diferentes habitaciones. Es un lugar muy modesto que tiene ese aire casero nada forzado, como si en realidad fuera un lugar dispuesto para los habitantes de la casa. Creo que eso, aunado a las plantas que hay el patio y la iluminación parcial le dan ese aire familiar que nunca me abandona. Además las que atienden parecen como si ya lo estuvieran esperando a uno, como si cuando cocinan pensarán en quien se lo comerá. Igual y no. Quizás me siento solo e invento esas tretas para sentirme parte de algo. Sucede que a veces me ofrecen hasta una porción de más de cualquiera de lo que contiene el plato.

Eso me hace acordarme de mi abuela. Memo hijito si quieres comer ya tengo algo, ándale, arroscito en lo que está el guisado. Qué delicia el olor que impregnaba la casa, cazuelas humeantes, botes de yogurt rebosantes de salsa, tortillas calientitas y ese sabor que luego descubrí era el de la manteca. Una torta de huevo frito en manteca y un café con leche mis platillos favoritos. Me encantaba ese sabor y ahora lo guardo como un amigo fiel. Qué extraño, pero cuando recuerdo ese sabor me siento feliz y me hace sentir menos angustiado. Ahora al escribirlo siento como si fuera un pacto de amistad. Quizás eso sea este diario: una promesa de amistad con mis recuerdos. Hoy será el último día de la semana que como aquí. Como ofrecen diferentes platillos, hasta 5 0 6, al final de la semana ya no están tan buenos. Hoy iré a hacer despensa por la noche.

La colchoneta amarilla.

I.

Ha empezado a llover. Y con la lluvia no sólo se refresca el ambiente. Siempre he tenido una relación emocional y hasta sentimental diría yo. Los días lluviosos son de nostalgia. Estaba medio dormido cuando comencé a pensar en el recuerdo más antiguo. Recuerdo el primer día de entrada al preescolar. Las mamás formando una hilera frente a la reja y algunos niños aferrándose tercamente a la puerta de entrada. Yo no. Sólo me pasé y despedí de mi padre y entré a la escuela. Ignoro si esto tenga que ver con el hecho de que me acostumbré a estar solo mientras mis padres trabajaban. Esa etapa es ya borrosa. Me viene a la memoria un desfile que hicimos en la colonia para celebrar el día de las naciones unidas. Exagero. No fue en la colonia, sólo caminamos por la calle de la escuela sosteniendo unas banderas hechas de papel cascarón. Ahora que empiezo a traer esos recuerdos siento como un visitante se asoma en el umbral de la memoria y el olvido: la impaciencia.