viernes, 24 de julio de 2009

La colchoneta amarilla II

Tuve un compañero-el mismo que lloraba desconsolado a la entrada de la escuela - que siempre entregaba trabajos impecables; si había que usar el pegamento líquido nunca quedaba arrugada y húmeda la superficie. En mi caso me descubrí una bestia con mal de Parkinson. Mis trabajos no eran malos, pero casi siempre eran sucios y con poco cuidado. Usar el pegamento líquido llevaba a usar las manos y embarrarlas todas para después despellejarlas haciendo bolitas con el pegamento ya seco.

Otra de las cosas que siempre me acompaño fue el saberme un niño grande. En el área de juegos había un círculo de llantas paradas en el cual había que saltar de llanta en llanta hasta completar el recorrido circular. Nunca pude montarme en las llantas, se venían abajo. ¿En qué hoyo del cerebro puede meterse un niño que aún no ha vivido casi nada cuando amasa bolitas de resistol? Hoy abrí los ojos y comencé a pensar en lo que soy. Me dije que es intrigante que sea el resultado de mis experiencias a pesar de que muchas de ellas las he olvidado. He decido escribir este diario para mi. Para tratar de explicarme lo que soy. Para ordenar la memoria. ¿Cuál es el origen de mi fatal cobardía y falta de ambiciones? Sé que me he vuelto una persona desconfiada y poco comunicativa, sumida en una depresión constante y con un humor de calle cerrada. Escribir mi vida es como armar las piezas de este rompecabezas, cuyas piezas dispersas flotan entre el olvido y el recuerdo pero que sin duda han creado mi rostro.

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