domingo, 29 de noviembre de 2009

Sensemorts




lunes, 23 de noviembre de 2009

Flor en la pared.

El viento se cuela por

los poros del cuarto

es inútil guarecerse bajo

la sábana

clausurar la puertas y ventanas

¿Por qué ya no agita tu caballera?


Amputados los nervios

red con peces

ciénaga el fluido

que los excita

las muletas de la razón

la silla de ruedas de la palabra


Mira cómo se oxidan las ventanas

pudren las paredes impertérritas

un color pasado se abre al sopor

del cuarto.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La pecera

Capítulo XVIII


Dialéctica tropical



Me alegra haber reescrito las memorias que guardo de aquellos días de la prepa. No hay duda de que la escritura suele ser como el trapeador oloroso que se pasea por el piso cuarteado. Claro que una vez seco la coloración opaca vuelve a ocupar su lugar.


Era una noche cálida como todas las del puerto. La humedad comenzaba a trepar desde los pies a la cabeza, hacia sudar el cuerpo, pedía más cervezas. ¿De dónde le venía esa inspiración de provocador obsesivo? A esa edad su frágil cerebro- no es que con el tiempo haya cambiado, es mera melancolía de lo que pudo ser y nuca fue- sólo concebía la provocación como fórmula de la libertad


Cualquier persona entrenada en la vida sabrá desde ahora que sólo hallará rencores y frustraciones en este relato. Era pues una noche como cualquiera en el puerto. Cuando la noche comenzaba a caer llegamos- si mi memoria no me traiciona, por suerte la única fémina que nunca me ha sido infiel y se presta a los juegos más perversos de mi fantasía- a lo que parecía una cancha de fútbol. Un quiosco en el centro, justo detrás de las tribunas, abarrotado, luces multicolores, féminas y másculos, ahí.


Yo había estado sacándole brillo a un hueso para una canina y tenía pensado para esa noche entregárselo envuelto en palabras para regalo. Una larga etapa de mi vida la recuerdo como si la hubiera vivido fuera del kiosco, sentado bajo de un poste- imagen literaria para acentuar la soledad del héroe-bebiendo cerveza en envases obesos para evitar las paradas. ¿Qué imbecil decide salir de su casa para estarse afuera como si estuviera dentro? ¿Germen del poeta solitario y profundo que divaga por una playa desierta y se encuentra con una mujer que también ha renunciado al kiosco? ¡Patrañas!


Era pues una noche en el jodido puerto de siempre. El héroe porteño variaba según el distrito. Había mujeres que imitaban las virtudes cortesanas y se enrolaban con los hombres de apellidos luminosos. Vamos, que no hay que acudir a la vieja frase de Balzac para justificar la rabia.


Tampoco hay que quebrarse el pensamiento para ver que sólo se trataba de un juego de Turista o Monopoly- si fuiste a colegio de paga-. Tus antepasados te pasan su juego, tiras el dado, caes en el puerto, pones algunos cafés, algunos hoteles, haces dinero antes de que llegue otro con un mejor juego, tiras el dado y te largas a otra parte.


Qué se le va hacer. Esas mujeres tenían podrido el cerebro con las revistas de sociales y a mí me gustaban las mujeres con el cerebro podrido. Cuánto hubiera avanzado en mis estudios sobre las féminas si en lugar de celebrar el día de las madres con esos actos de oratoria ridículos hubiera puesto atención a los padres de la iglesia cuando nos ilustraban sobre el verdadero rostro de Eva.


Si algo reconozco de esos tipos con apellido suntuoso es la seguridad que da el dinero y la fama. Si sabes que tienes una fila de mujeres en espera, qué te importa lo que piensen de ti. Además, siempre puedes acudir al recurso de esa moral mojigata “el hombre llega a donde la mujer quiere”.


Esa noche descubrí que mi canina ansiaba llegar muy lejos; si no para qué montaba el auto, artefacto que efectivamente servía para acortar las distancias entre los lugares… y los cuerpos y obviamente para desplazarse infinitamente, sí también por los cuerpos, hasta que se te acabe la gasolina o el billete. ¿Será que se llega más rápido al amor –nótese el eufemismo- en auto que a patín? Así, no siempre todos los caminos llevan a Roma-nce.


Me sentí humillado y traicionado. Amarré el pito al corazón; chorreé sangre en lugar de semen; preferí el dolor en lugar de la pureza; metí el corazón en lugar del pito. Rabié contra toda esa moral del esclavo que tragábamos todos los días hasta intoxicarnos. Aunque en realidad era una estupidez porque yo acudía a la sensibilidad, al faje espiritual, a la charla atenta para consolarme y engañarme.


En todo caso yo me considero un anarquista. En la escuela lo único que aprendes es a obedecer. Te condicionan como perro pavloviano. Suena el timbre de la escuela y tu cara aparece en el cuadro de honor, aplausos. Luego ya comienzas a babear sin timbre. Vamos, que todos sabíamos que aprenderte las partes del aparato reproductor femenino a lo mucho te llevaba a jugar con uno de plastilina. Y aquí que me perdonen los artistas pero prefiero mil veces tocar una que esculpirla.


En lugar de que eso despertara mi apetito clase mediero en búsqueda de asientos en el kiosco, de arrimarme al del mejor juego, decidí vagar por la ciudad. Mande al carajo todos mis hábitos sociales, la lucha por las mujeres, el prestigio. Nadie me iba a obligar a sobar carteras. Tampoco me iba a plantar como gusano en el bolsillo de mi padre para sacarle un auto del año. A babear del hocico. Efectivamente, estaba deprimido. No me latigueaba ni trepar la escalera social ni agradar a las mujeres.


Sé que lo que estoy narrando resulta trivial. Si alguien lo duda sólo basta que de una vuelta por cualquier putero para comprobarlo. Pero vamos, en algo tenía que ganar. Desafió a cualquiera a que haga suspirar a una puta de una esquina cualquiera. Podrán creer lo que quieran pero aquí yo soy un dictador. Pero bueno, no escribo para justificarme.


Espere con ansiedad el último día de clases para desenrollar la madeja de la venganza. Escribí una carta como el mismísimo Juez supremo. Presenté una serie de evidencias, fiel a mis principios no llamé a la acusada para que ofreciera su defensa, estudie el caso como se exigía –con rapidez y rabia- y el veredicto final: perra e hipócrita. La verdad que no se puede culpar a esta mujer por su falta de talento, si yo pensaba con el pito ella hacía lo propio con el clítoris.


Aunque su desprecio fue una caca olorosa y mosqueada en el jardín de mis vacaciones de verano entendí que no debía fiarme tanto de las palabras y que un trato amable era una señal suficiente para hacer la retirada. Con una verga: que sí es no y no es sí.


Ese verano que anduve apestando el ambiente con mi humor melancólico visité a mis familiares. El olor a pino y eucalipto que tanto me gustaba ahora desvanecido. Los cristales empañados a los que amé. Los guisos de mi abuela. Las risas y el abrazo de la familia. Estaba solo. Yo frente a su rechazo. Nada me quitaba el olor a mierda. Aunque había escrito la carta, a pesar de que trataron de disuadirme, y la acusé de urdir mentiras porque me había dicho que el corazón quería andar de vacaciones, aunque luego yo la hubiera visto, sí efectivamente, paseando, pero con fatiga y con el apellido más obeso de la cuidad, me seguía sintiendo un cerote a la izquierda y a la derecha, es decir ejemplar, en forma de espiral.


Escribir la carta no logró, como es obvio, que obtuviera lo que me era negado. Según yo la única finalidad de haberla escrito era restituir el valor de la honestidad. Por supuesto basado en la mentira. Le reproché no haberme dicho la verdad y yo que sí fui honesto: creé un espacio de confianza en el que confesé que yo también había mentido. Todos los detalles, todos los comentarios, todo con el fin de darle lo que el otro le estaba dando en 4 ruedas en movimiento.