miércoles, 29 de julio de 2009

La colchoneta amarilla III


Otra de las cosas que siempre me acompaño fue el saberme un niño grande. En el área de juegos había un círculo de llantas paradas en el cual había que saltar de llanta en llanta hasta completar el recorrido circular. Nunca pude montarme en las llantas, se venían abajo. ¿En qué hoyo del cerebro puede meterse un niño que aún no ha vivido casi nada cuando amasa bolitas de resistol? Hoy abrí los ojos y comencé a pensar en lo que soy. Me dije que es intrigante que sea el resultado de mis experiencias a pesar de que muchas de ellas las he olvidado. He decido escribir este diario para mi. Para ordenar la memoria. Para rescatar de los escombros mi imagen cuaerteada ¿Cuál es el origen de mi fatal cobardía y falta de ambiciones, de la manía de volver al pasado? Sé que me he vuelto una persona desconfiada y poco comunicativa, sumida en una depresión constante y con un humor de letrero rojo de STOP. Escribir mi vida es como armar las piezas de este rompecabezas, cuyas piezas dispersas flotan entre el olvido y el recuerdo caoticas.


El preescolar no fue traumático salvo por un incidente. Sin saber aún escribir y menos conocer la numeración, logré un dos que ya envidaría el más hábil con las viboritas de plastilina. Las razones se han desvanecido, permanece la imagen de una maestra baja de estatura y un mal humor que compensaba su tamaño. Se parecía un poco a la chilindrina. Pelo castaño oscuro, un poco de pecas y una boca con dientes que parecían moverse. Desnudo de la cintura a los pies me lavaba mientras me recitaba con tono de horario estelar el catecismo de la higiene.

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