domingo, 16 de agosto de 2009

La pecera

Capítulo XI.







Ahora que el jefe se ha puesto punk más ganas me han dado de continuar la historia del escritor sedicioso y hasta le voy a poner a sí. Nada más porque soy muy obediente. ¿Dónde lo dejé? A ver...Aquí está. No no, esa es una de las revistillas de papel reciclado. A ella le atravesaban un tronco a través de sus bosques perfumados. Bacante, libaba con lengua saltarina alrededor de la pira de su entrepierna. Psss está bien mamón, pura palabra dominguera y metafora pseudo erudita. Pero igual y puedo hacer un glosario hasta el final. No mames va a estar bien cortado. Los voy a traer de sube y baja cuando ellos quieren darle duro y tupido a la página. ¿Dónde fue la última vez que lo vi? A ver... la de la pecera, esa donde me inventé unos nombres de película gringa del canal cinco, ¿tuve que usarla cuando se me acabó el papel o fue la del escritor sedicioso? ¡Chinge su madre! Sí era la del escritor sedicioso; hora sí que la cagué. Sólo se salvó este trozo.




Durante toda su vida había seguido un calendario riguroso, un plan de ataque urdido con paciencia por su Abuelo el Coronel Marcelino. Éste, como hombre citadino que era, conocía poco el terreno intrincado de la sierra, pero contaba con el honor de su enemigo. A él particularmente no le interesaba la mujer. Su trato era distante, duro, hasta religioso diría yo. Le hablaba de usted. Casi no la miraba pero siempre ordenaba que puntualmente se le diera la comida o se le concediese momentos de soledad. Pero estaba dispuesto a mandarla fusilar si sus enemigos no se presentaban esa mañana a las 5:00. Aprovecharía el terreno escarpado y la privilegiada posición en la que se encontraba. Desde ahí podrían fácilmente ubicar y destruir a sus oponentes, sacrificando apenas algunos hombres que serían alcanzados por los que traspasasen el fuego de la artillería. Fiel a su fatalismo constructivo, como yo lo llamo, consideraba esa posibilidad como una antítesis de las operaciones que lo llevarían al triunfo. Le gustaba ocuparse de esos detalles mientras ella era bañada por una vieja yaqui.




¿Qué significaba su angustia dentro de esa biografía familiar, en el persistente juego de la atracción y repulsión entre las generaciones? ¿Él era la rama putrefacta en el árbol genealógico? Muy a su pesar la escritura fluía como el agua que ha quedado atorada en la manguera al cerrar el grifo. Se dejaba poseer morbosamente por esos momentos. Esas sensaciones le daban un barniz a su persona que él portaba con ascetismo fingido. A diferencia de su madre o su padre él nunca contaba de sus afecciones, sus abismos y sus impulsos suicidas. En silencio arrullaba a la muerte. Creía que la vida era un camino estrecho y sin paradas hacia la tumba. O eso decía. Yo más bien creo que prefería quedarse callado y quieto. Deseaba ser olvidado, ignorado, perderse.






¿Alguna vez el Coronel experimentó esas dudas? De él sólo le quedaba una terca disciplina, un plan de ataque, una estrategia hecha de costumbre y sentido práctico. Como esa inercia que mueve el cuerpo cuando se le ha adiestrado. La certera estrategia estaba hecha para matar. Como una granada que si no se lanza explota, esa herencia terminaría minándolo. La escritura, con cada letra que imprimía en la página en blanco, cada historia en las que vertía su bilis. Se emplearía con disciplina castrense a diseñar máquinas narrativas afiladas y aceitadas. Frases esquivas y camuflageadas certeras, jugar esa doble cara. A él lo que le interesaba era la retirada al cuartel de su cuerpo. Era un hombre en el que las batallas eran internas. Le interesaba la huida aunque resultara inútil. Si el mundo era una guerra, la escritura era la retirada, la huida a otra guerra.

2 comentarios:

  1. me quedé en el inicio "de sube y baja" ajajjajajajajaj, qué risa, sí, he leído cosas que así te traen pura lecto-masturbación y uno de lector precoz que ya queire llegar al final, jajajajjaja

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  2. Estoy segura que tienes una máquina de esas

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¿y?