viernes, 14 de agosto de 2009

La pecera

Capítulo IX.




Todo estaba cifrado en lo físico. Qué misteriosa turba de emociones estaban ligadas a la palabra panzón . Se la grabó con la voz fintera del tío como un golpe directo al hígado que lo mandaba a la lona. Panzón se empezó a grabar como una palabra que él intercambiaba para soltar un poco sus propias frustraciones. Él siempre había sido deportista y conservó el hábito de correr por las mañanas. No había reto que no supiera enfrenar con su espíritu deportista, de corredor de fondo acostumbrado a dar siempre el último sprint. Pero era temperamental y se sentía inseguro de las demás personas. Su capacidad residía en siempre tener algo que decir acerca de los temas que se trataban. Sus historias eran las que cualquier niño hubiera querido escuchar. De un galán de barrio pobre pero trabajador. Usaba esa palabra porque así perdía un poco de gravedad, era su forma de sentir que había ganado algo. Su rebeldía ante una sociedad bofa, contra mi padre, la cabeza de la familia, el ejemplo a seguir.


Yo la iba a ver al acuario. Su sonrisa me hipnotizaba y su voz un poco raspadita, como queriendo esconderse. Su cabello oscuro y fresco como la canela. Sus piernas firmes como el ébano. Pero yo nací enfermo, no puedo evitarlo, no soy de los que se administran. Cuando alguien me gusta me pongo de rodillas y lo confieso. Esa actitud me ha llevado a situaciones que he lamentado. No me gusta sentirme indefenso, frágil, pero no puedo evitarlo. Nunca aprendí a hacer cosas de hombres. Nunca triunfe en esas cosas y ni me importaba. Pero sabía conectarme con las mujeres. Me gustaba cuando se ponían tristes y profundas consolarlas. Recuerdo que así nos enamoramos Zara y yo. Era de noche y ella miraba las estrellas. Yo la mire y con tono como de quien se ha quedado en suspenso le dije ¿En qué piensas? Quería saberlo todo. Cortar con nuestra plática los kilómetros y los vacios inmensos que separaban su vida de la mía. Aunque después mi enfermedad hiciera que nos alejáramos. Recuerdo que estábamos sentados y le dije que la amaba. Rojo encendido el pelo comenzó a llorar y contarme la historia que estaba tratando de olvidar y las razones por las que no podíamos estar juntos.


Esta vez era real. No era la típica excusa de mejor seamos amigos y todo eso. No, esta vez ella se negaba porque temía que yo terminará quitándole algo que no tenía. Yo la amé y en nombre del género masculino le dije que a mí no me importaba nada y que yo sabría ser paciente y esperarla. Demostrarle que yo era diferente. Pero qué estúpidos somos a veces los hombres. ¿Por qué necesitamos demostrar siempre algo? La noche después de estar juntos yo la dejé en la cama y me fui al cuarto de hotel a presumir mi conquista. Ahora que lo escribo entiendo por qué me lo dijo y por qué se negó a estar nuevamente conmigo. Pero después hubo algo que cambio enteramente las cosas: algo que yo siempre había tomado como una actitud masculina. Un amigo me contó que habían estado unos instantes juntos en el baño del hotel mientras yo estaba acostado en la cama. No supe en principio qué pensar. Él era mi amigo, me lo estaba confesando, no sé si en realidad le importaba o sólo quería hacerme sentir una mierda, la realidad es que de todos modos me sentí una mierda. Me dio un golpe en la espalda tratando de animarme pero me provocó sentirme más mierda, como si hubiera fallado un penal y un experto tirador me consolara.


Espere con ansiedad volverla a ver para reclamarle. Pero estaba de vacaciones y tuve que esperar a regresar, lo que alargó el ardor de mi frustración y la palabra puta, perra, traicionera rodaba como hámster enjaulado en mi cabeza. Cuando la vi me sentía indefenso porque no quería alejarla pero al mismo tiempo quería reclamarle su falsedad. Pero era verdad: sí me amaba. Yo sabía que me amaba. Recuerdo un banco que ya quitaron cerca de un centro comercial, besarla y toda un cuidad circulando en nuestros cuerpos, enamorados, suspendidos, en ese puente peatonal. Pero en ese momento la odie, la aborrecí y maldije el amor por hacerme hacer cosas que yo hubiera querido no hacer. ¿Perdonar a una puta? No importaban sus razones, yo continuaba reprochándoselo queriendo sacar todo mi coraje y dejarlo ahí, queriendo revertir el tiempo a fuerza de coraje y gritos. Esa noche aunque yo no lo supiera el amor me había revelado otra de sus caras. Porque yo sabía que era verdad que su novio la había terminado y la ridiculizaba por su aspecto físico ante los demás y siguió molestándola. No sé porque pero me la imaginaba sola en una ciudad. Yo sabía que esa había sido la razón por la que no quería empezar otra relación. Y yo le creí cuando me dijo que había sido el alcohol y que mi amigo no le gustaba. Olvidé ese incidente pero ha dejado una huella en mí. O no sé si en realidad nací con ella.


Mi enfermedad me llevó a convertirme en el obstáculo de nuestro amor. Yo la seguía por la ciudad porque sospechaba que me engañaba. En su escuela la esperaba en las escaleras escondido oteando. Dejaba que las ratas que trabajaban mi cerebro confirmaran las sospechas y tirarme y encerrarme en mi cuarto y suicidarme y maldecir a las putas mujeres y querer ya sólo sentir el frío mientras deseaba ser Jarvis, el frío, diablo seductor inmutable, que traía a las mujeres como llaveritos.



Pero las ratas estaban conectadas a mi corazón, mamaban sangre, la misma sangre que se estremecía con sus besos y sus caricias. Yo la quería solo para mí. Por eso me agazapaba para espiarla. Maldito amor. Eres sedante. Redobles de tambor. Te veía amor, rizo acanelado, impaciente mientras te esperaba mirando la luna, esperando alguna respuesta tuya. Y tus manos inquietas en el barrote de la puerta y me abrazas y cuando siento tus manos sobre mi espalda recupero mi nombre y se que me amas y caminamos hasta la cama y los dos húmedos y tan carnales, tú sudorosa y yo con la misma ropa de ayer, tirados, nos devoramos para morirnos en ese instante y que mi cerebro no empiece con las mismas cantaletas de siempre. Y tú con tus dudas. Tus cartas cortas mudas. Un te quiero a mi manera. Te contenías y el amor no te bastaba. Siempre deseando otra cosa. Y aquí me paró por hoy. Fumaré un cigarrillo y después trabajo un poco con la novela. Otro día con el diario.

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