sábado, 15 de agosto de 2009

La pecera

Capítulo X.



Hurgando mis pápeles di con una historia que ya había olvidado. La he vuelto a reescribir porque me ha divertido.


La primera vez que vi una palabra en el pizarrón sentí como si las letras fueran todas consonantes, un nudo en la lengua, sonidos impronunciables. Poco a poco con el baile de las sílabas que se pegaban unas con otras y se volvían a separar para formar otras palabras comencé a reconocerlas y saber pronunciarlas. La verdad el primer año de primaria recuerdo poco. Sólo que la maestra era muy paciente y que sentía una simpatía por mí.



No sé si sería en ese año pero en la primaria esperé con ansias casi siempre la hora de educación física para jugar futbol. No era tan rápido aunque mis piernas siempre me fueron fieles. Además poseía la habilidad de cambiar de ritmos cuando el contrario no lo esperaba. Imaginación. Eso es lo que tenía. Lo que más me impresionó de la primaria fue el tamaño de los de sexto. Hasta que llegue a ese grado me di cuenta que tan subjetivo era eso de ser grande y chico. Al llegar al último grado claro que los demás siempre te respetan, tienes poder sobre los espacios de la escuela, decides quién juega, pero en realidad yo no me sentía así y en el transcurso de mi vida llegar es siempre el comienzo de otra cosa. Cuando tenía esa edad pensaba que mi vida estaría terminada a los 20.


Miro la cicatriz en mi mano y me vienen las imágenes de una mañana en la que pasé por el salón de cuarto año para cruzar a mi salón y haber sostenido una pelea fugaz con un niño mucho más pequeño y enclenque que yo. Pero él fue rápido y certero. Tomó un lápiz y lo clavó en la mano. De momento no sentí ningún dolor y hasta me atreví a amenazarlo con el puño. Llegué a mi salón y comenzó a punzarme. Como todos los días teníamos que formarnos para militarmente ser revisados y luego enviados marchando cortos de paso a las clases. Antes de ese castrense espectáculo, por no decir castrado, había un tiempo libre.



Así que decidido enfrenté al rejonero de plomo y antes de que siquiera lograra amenazarlo ya estaba golpeando caóticamente las partes que lograba alcanzar. Fue ahí cuando me desplomé. No supe por qué pero no me dolieron sus golpes, es más yo creo que ni me pegó, pero las lágrimas comenzaron a traicionarme e instintivamente apreté la mano que aún chorreaba sangre. Antes había tenido sólo una pelea. Una corta pelea en la que sólo tuve que dar un codazo en la espalda a mi oponente que para mi suerte cayó y ahí quedó. Creo que mi fuerte no es la defensa sino el ataque. Esa ocasión dormí angustiado pensando en el lloriqueo de mi oponente y en sus hermanos esperándome en algún escondite para molerme. Al final nada me pasó. Al rejonero lo perdoné cuando lo encontré en la calle por la tarde porque su hermano era un buen amigo mío. Ese enano me había dado una lección: el poder era un asunto más de valentía que de tamaño. Siempre he sido un superficial.


En la secundaría fui compañero de un tipo afeminado corpulento y siempre sudoroso con un bigotillo aterciopelado. Había algo de él que me molestaba. No recuerdo el motivo pero apoyado por todos los demás compañeros lo reté a una pelea. El canónico ¡a la salida! había sido pronunciado y no dejaba de rondar mi cabeza como una mosca indeseada. Yo lo que menos quería era pasar por cobarde, pero los brazos gruesos de mi oponente eran tan persuasivos como para seguir el vuelo de la mosca pero hacia mi casa. Pero ya era demasiado tarde para calmar la sed de sangre de todo el salón. Caminamos el susodicho oponente y yo hasta delante de la turba. Pasamos por una plaza hasta llegar a la arena oficial. Ahí aventé mi mochila o se la encargué a mi igual embrutecido manejador. Me planté firmemente en el piso, sacudí las manos y cuando vi el toro que tenía enfrente decidí dar por terminada la función, agradecí la presencia del público y me retire mientras mis seguidores demostraban cómo habían aprendido las vocales detenidos irónicamente en la última de ellas. Algún día platicaré de la válvula que explota.

-¿Qué dices? Estaba a punto de marcarte. Si te parece nos vemos en la tarde. Muy bien. Hasta la tarde entonces.


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