miércoles, 10 de febrero de 2010

Lecturas pornográficas

Estaba parado en medio de una sala aluzada por un lamparón que hería los cuerpos como un bisturí y dejaba al descubierto el más mínimo detalle. Dijeron en la oficina que en ese librero estaban contenidos todos los libros existentes. Sótanos y más sótanos de libros. Cogería un libro al azar, lo abriría en una página cualquiera y prolongararía su lectura sin perder un ápice el tono. Detenerse o variar la respiración no importaba mientras mantuviera el ritmo de la lectura. Valía la pena. Desde la oficina habían entregado los mil pesos. Así que, ¡ a vagar por las galerías repletas de libros que exhalaban su aliento a madera húmeda!


Eran tantos los libros que no importaba cuál escogiera. Además todos estaban forrados. Intentaría ensayar algún método de elección o algún juego que hiciera por lo menos divertida la elección. ¿El número de la casa? ¿La fecha de nacimiento? ¿Qué tal un volado? Quizás el número de la fecha de nacimiento para fijar los pasos que tenía que caminar. Y cuando el camino se bifurcaba, un volado para elegir la ruta. Pero no acababa ahí. Una vez que hubiera completado los 80 pasos volvería a jugar otro volado para asegurar que se trataba del libro indicado.


Entonces, la puerta de cristal que comunicaba con los sótanos quedo atrás. En las paredes se notaban el trabajo que la humedad hacía sobre el cemento. Las ratas y las cucarachas comenzaban su éxodo en busca de la tierra prometida mientras los pasos sonaban en la mente. En la primera disyuntiva la moneda hablo y dijo hacia la izquierda. Una especie de vértigo emergió al oler la mezcla de excremento, madera, moho y polvo de pared desprendida. Qué absurdo tener iniciativa y martirizarse de esa forma. El contrato sólo obligaba a elegir cualquier libro.

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