sábado, 16 de enero de 2010

El cuarto

Uno.

Mi vocación de escritor me viene de muy pequeño. La imagen no es la de un niño en el rincón de su recamara confinado a la inercia de un cuerpo o mente enferma. Recuerdo que me producía placer inventar mentiras. Era un placer solitario desde luego. Sólo yo sabía cómo habían ocurrido las cosas y me deleitaba haber convencido y dejado satisfechos a mis interrogadores.

Mi literatura no es nada diferente de esa primera experiencia de cronista mágico. Para insertar un juego infantil en la historia de la literatura. Creo que mentir nos dice mucho acerca de nosotros. Cuando una mentira es tomada por verdad el lenguaje ha abierto una puerta. La realidad dura tan poco y es tan gris que quien no iba a desear una versión afín a sus deseos y temores. Si no para qué empeñarse en atesorar momentos. Las fotos colgadas en la red. Los diarios. Todas esas cosas que recordamos para acompañarnos hasta la última caja.

La mentira más difundida, creo yo, es que existe algo sólido y exógeno llamado realidad. La verdad es que sólo hay un montón de cemento y varilla, nada que no pueda estar en el inventario de la ferretería de la esquina. Como buenos artesanos juntamos la arcilla de los días para formar lo que se nos venga en gana. No me interesan tanto esos anatomistas que juegan con el tiempo buscando redes inteligentes sometidas a cualquier ley que convenza a su deseo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿y?