

Y si todo fuera un enardecido grito de desesperación. Las palabras no funcionan. Realmente son muy lentas y requieren de un orden que no consigo dar a mi vida. 1 Sujeto, verbo, predicado. Creo que entonces no soy bueno con las palabras y debería entonces dedicarme a ser un periodista.
Todo lo que escribo está hueco. Y no hablo de ese vacío que busco pero que al mismo tiempo me aterra. Vengo de una familia grande. Durante las vacaciones todos dormíamos en habitaciones que ahora no alcanzarían ni para albergar mis cosas. En el cuarto donde habité durante la infancia mis padres dispusieron de ese objeto por excelencia símbolo de la fraternidad. Una manera de ir dándole forma a la caprichosa criatura que es expulsada de su cama de agua individual. Ignoro si los gemelos estrechan los lazos fraternales por compartir la misma tibia sábana. Ahora que ya nadie nos ve, a pesar del respeto que logró infundirte, tratarás de cargarme cuando desfallezca de miedo por los truenos.
Estaba parado en medio de una sala aluzada por un lamparón que hería los cuerpos como un bisturí y dejaba al descubierto el más mínimo detalle. Dijeron en la oficina que en ese librero estaban contenidos todos los libros existentes. Sótanos y más sótanos de libros. Cogería un libro al azar, lo abriría en una página cualquiera y prolongararía su lectura sin perder un ápice el tono. Detenerse o variar la respiración no importaba mientras mantuviera el ritmo de la lectura. Valía la pena. Desde la oficina habían entregado los mil pesos. Así que, ¡ a vagar por las galerías repletas de libros que exhalaban su aliento a madera húmeda!
Eran tantos los libros que no importaba cuál escogiera. Además todos estaban forrados. Intentaría ensayar algún método de elección o algún juego que hiciera por lo menos divertida la elección. ¿El número de la casa? ¿La fecha de nacimiento? ¿Qué tal un volado? Quizás el número de la fecha de nacimiento para fijar los pasos que tenía que caminar. Y cuando el camino se bifurcaba, un volado para elegir la ruta. Pero no acababa ahí. Una vez que hubiera completado los 80 pasos volvería a jugar otro volado para asegurar que se trataba del libro indicado.
Entonces, la puerta de cristal que comunicaba con los sótanos quedo atrás. En las paredes se notaban el trabajo que la humedad hacía sobre el cemento. Las ratas y las cucarachas comenzaban su éxodo en busca de la tierra prometida mientras los pasos sonaban en la mente. En la primera disyuntiva la moneda hablo y dijo hacia la izquierda. Una especie de vértigo emergió al oler la mezcla de excremento, madera, moho y polvo de pared desprendida. Qué absurdo tener iniciativa y martirizarse de esa forma. El contrato sólo obligaba a elegir cualquier libro.
Mi vocación de escritor me viene de muy pequeño. La imagen no es la de un niño en el rincón de su recamara confinado a la inercia de un cuerpo o mente enferma. Recuerdo que me producía placer inventar mentiras. Era un placer solitario desde luego. Sólo yo sabía cómo habían ocurrido las cosas y me deleitaba haber convencido y dejado satisfechos a mis interrogadores.
Mi literatura no es nada diferente de esa primera experiencia de cronista mágico. Para insertar un juego infantil en la historia de la literatura. Creo que mentir nos dice mucho acerca de nosotros. Cuando una mentira es tomada por verdad el lenguaje ha abierto una puerta. La realidad dura tan poco y es tan gris que quien no iba a desear una versión afín a sus deseos y temores. Si no para qué empeñarse en atesorar momentos. Las fotos colgadas en la red. Los diarios. Todas esas cosas que recordamos para acompañarnos hasta la última caja.
La mentira más difundida, creo yo, es que existe algo sólido y exógeno llamado realidad. La verdad es que sólo hay un montón de cemento y varilla, nada que no pueda estar en el inventario de la ferretería de la esquina. Como buenos artesanos juntamos la arcilla de los días para formar lo que se nos venga en gana. No me interesan tanto esos anatomistas que juegan con el tiempo buscando redes inteligentes sometidas a cualquier ley que convenza a su deseo.